martes, 6 de abril de 2021


NUNCA LAS PESADILLAS SON DIVERTIDÍSIMAS

Soñado en la madrugada del 20/3/18, terminado de redactar once días después, ciudad de La Plata.

Poniendo un poco en contexto, el finado era uno de esos parientes de tercera línea, en verdad más pariente de nuestros padres que de nosotros.
Siempre lo “traíamos” en charlas, cumpleaños y  años nuevos de mi familia paterna, existían pocos de ese lado y cada baja mucho mas sensible que del lado materno donde la abuela Rosa y el abuelo Vicente se habían despachado con 5 hijes, más toda la parentela que había desparramada por toda la provincia.
Tuve siempre una cierta reticencia sobre este personaje, no sé, quizás será por eso que soñé lo que soñé…
Nuestras casas, lindantes ellas, antaño habían sido el mismo terreno hasta que se empezaron a agrandar las familias y cada una fue tomando posesión y separándose amablemente del resto repartiendo el terreno en un retorcido Tetris familiar, donde no había que hacer demasiado esfuerzo para de todas maneras enterarse de los problemas del pariente (y viceversa).
Mis preferidos siempre fueron las peleas padres/madres vs. hijos/hijas, pienso que al tener problemas similares quería saber por qué discutían los demás y hasta tal vez robarles un argumento, para usar cuando un pleito golpeara la puerta de mi habitación.
Les recuerdo que mi casa y mi habitación eran linderas con las del sujeto en cuestión, un pasillo de un poco más de dos metros de ancho, mitad baldosa mitad canterito, separaba la ventana de mi pieza llena de calcomanías del Pincha y productos varios a la medianera en cuestión; tras la cual en ese momento había un pedazo de terreno sin utilizar más que para juntar herramientas, mugre y para que el viejo espiara por las hendijas de los ladrillos mal pegados, cómo me pajeaba en mi adolescencia por las tardes de soledad.
Quizás por ese recuerdo confeso por el viejo unos años antes de morir deba su imagen tan mórbida y aterradora que les paso a contar.
Mucha gente andaba por la casa, había caras de tristeza, llantos sentidos,  no fue una muerte trágica, mas bien diría algo casi natural o sea nada fuera de lo común; lo raro quizás para mi fué que el velatorio se haga en la casa del finado, me daba un poco de cosa pero como no era mi casa precisamente, ese detalle la verdad no me importaba tanto.
No estaba sólo, me acompañaba un primo postizo que nada tiene que ver con el muerto, no sabe quién es ni quien fue, aunque allí estaba con su sonrisa canchera y su galantería.
Voy al grano: entré a la habitación a ver al muerto, busqué el cajón… y lo encontré, no estaba precisamente de la manera habitual digamos recostado con el exánime mirando al techo y tres viejas rezándole un Rosario, no!
Estaba de costado a media altura, rápidamente busco entender con la mirada la situación lisérgica y surrealista que me proponía aquella habitación oscura y húmeda.
Cerré los ojos y por un segundo pensé que estaba soñando, y claro! Era un sueño, aunque en verdad  me refiero a que si mi yo del sueño soñaba lo que veía, el tipo se movía!
Se volvió de pronto gigante la habitación, enceguecido por aquella imagen lo intenté buscar quieto, muerto, más no! el muerto se balanceaba vaya uno a saber por qué carajos y no sabía que hacer más que dejar de mirarlo, convengamos... algo así no se ve (por suerte) todos los días.
No se balanceaba por efecto de una mala posición del cajón o un brazo mal acomodado que cedió a la gravedad, el chabón buscaba salir de ahí, yo lo vi y se asfixiaba.
Realmente podía salir de su propio cuerpo porque lo envolvía una especie de bolsa amarronada que lo ahogaba, lo contenía esa placenta mortuoria de la que le se le hacía imposible escapar, miré detrás de mío buscando ayuda o explicaciones y estaba sólo, cómo transportado en un segundo a un universo paralelo.
Me recuerdo de repente a mí mismo de niño viendo cómo se preparaba el club Atenas para una pelea de box, tengo esa imagen de soledad de aquel gimnasio gigante en total silencio con apenas una luz allá en lo alto del techo que iluminaba como podía el ring, que esperaba al otro día los flashes y las multitudes, pero esa noche era soledad, era casi agorafóbica, eso sentí en ese cuarto de 3 x 2, sólo mano a mano con la muerte, nada se escuchaba ninguna voz de afuera, sólo el ruido del líquido  que producía el tipo moviendo la cabeza, cómo un feto de 80 años.
Me fui corriendo de la habitación para mostrarles a los demás lo que había visto, pero casi en cámara lenta recorrí los rostros de cada uno por toda la casa, sonrojantes, tranquilos, apaciguados, tomando café cómo si nada pasara, salí de allí a buscar aire y al mirar el cielo, todo seguía igual.