NUNCA LAS PESADILLAS
SON DIVERTIDÍSIMAS
Soñado en la madrugada del 20/3/18, terminado de redactar
once días después, ciudad de La Plata.
Poniendo un poco en contexto, el finado era uno de esos
parientes de tercera línea, en verdad más pariente de nuestros padres que de
nosotros.
Siempre lo “traíamos” en charlas, cumpleaños y años nuevos de mi familia paterna, existían pocos
de ese lado y cada baja mucho mas sensible que del lado materno donde la abuela
Rosa y el abuelo Vicente se habían despachado con 5 hijes, más toda la
parentela que había desparramada por toda la provincia.
Tuve siempre una cierta reticencia sobre este personaje, no
sé, quizás será por eso que soñé lo que soñé…
Nuestras casas, lindantes ellas, antaño habían sido el mismo
terreno hasta que se empezaron a agrandar las familias y cada una fue tomando
posesión y separándose amablemente del resto repartiendo el terreno en un
retorcido Tetris familiar, donde no había que hacer demasiado esfuerzo para de
todas maneras enterarse de los problemas del pariente (y viceversa).
Mis preferidos siempre fueron las peleas padres/madres vs.
hijos/hijas, pienso que al tener problemas similares quería saber por qué
discutían los demás y hasta tal vez robarles un argumento, para usar cuando un
pleito golpeara la puerta de mi habitación.
Les recuerdo que mi casa y mi habitación eran linderas con
las del sujeto en cuestión, un pasillo de un poco más de dos metros de ancho,
mitad baldosa mitad canterito, separaba la ventana de mi pieza llena de calcomanías
del Pincha y productos varios a la medianera en cuestión; tras la cual en ese
momento había un pedazo de terreno sin utilizar más que para juntar
herramientas, mugre y para que el viejo espiara por las hendijas de los
ladrillos mal pegados, cómo me pajeaba en mi adolescencia por las tardes de
soledad.
Quizás por ese recuerdo confeso por el viejo unos años antes
de morir deba su imagen tan mórbida y aterradora que les paso a contar.
Mucha gente andaba por la casa, había caras de tristeza,
llantos sentidos, no fue una muerte trágica, mas bien diría algo casi natural o sea
nada fuera de lo común; lo raro quizás para mi fué que el velatorio se haga en la
casa del finado, me daba un poco de cosa pero como no era mi casa precisamente,
ese detalle la verdad no me importaba tanto.
No estaba sólo, me acompañaba un primo postizo que nada tiene que ver con el muerto, no sabe quién es ni quien fue, aunque allí
estaba con su sonrisa canchera y su galantería.
Voy al grano: entré a la habitación a ver al muerto, busqué
el cajón… y lo encontré, no estaba precisamente de la manera habitual digamos recostado
con el exánime mirando al techo y tres viejas rezándole un Rosario, no!
Estaba de costado a media altura, rápidamente busco entender con la
mirada la situación lisérgica y surrealista que me proponía aquella habitación
oscura y húmeda.
Cerré los ojos y por un segundo pensé que estaba soñando, y
claro! Era un sueño, aunque en verdad me refiero a que si mi yo del sueño soñaba lo que
veía, el tipo se movía!
Se volvió de pronto gigante la habitación, enceguecido por
aquella imagen lo intenté buscar quieto, muerto, más no! el muerto se balanceaba
vaya uno a saber por qué carajos y no sabía que hacer más que dejar de mirarlo, convengamos... algo así no se ve (por suerte) todos los días.
No se balanceaba por efecto de una mala posición del cajón o
un brazo mal acomodado que cedió a la gravedad, el chabón buscaba salir de ahí,
yo lo vi y se asfixiaba.
Realmente podía salir de su propio cuerpo porque lo envolvía
una especie de bolsa amarronada que lo ahogaba, lo contenía esa placenta
mortuoria de la que le se le hacía imposible escapar, miré detrás de mío buscando ayuda
o explicaciones y estaba sólo, cómo transportado en un segundo a un universo paralelo.
Me recuerdo de repente a mí mismo de niño viendo cómo se
preparaba el club Atenas para una pelea de box, tengo esa imagen de soledad de
aquel gimnasio gigante en total silencio con apenas una luz allá en lo alto del
techo que iluminaba como podía el ring, que esperaba al otro día los flashes y
las multitudes, pero esa noche era soledad, era casi agorafóbica, eso sentí en
ese cuarto de 3 x 2, sólo mano a mano con la muerte, nada se escuchaba ninguna
voz de afuera, sólo el ruido del líquido
que producía el tipo moviendo la cabeza, cómo un feto de 80 años.
Me fui corriendo de la habitación para mostrarles a los
demás lo que había visto, pero casi en cámara lenta recorrí los rostros de cada
uno por toda la casa, sonrojantes, tranquilos, apaciguados, tomando café cómo
si nada pasara, salí de allí a buscar aire y al mirar el cielo, todo seguía
igual.
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